El Sembrador (Metafísica) 2ª Parte

En ese momento el viejo se levantó, estaba totalmente desnudo, y en ese momento Kan se dio cuenta que él también estaba totalmente desnudo y blanco como el propio mármol.
– Ven hijo, tenemos que cultivar nuestros campos eternos.
Kan no sabía de que hablaba el viejo, pero decidió seguirlo, eso sería mejor que seguir allí sufriendo.

La tierra era negra como la oscuridad y el cielo tenía también un color negro. Sólo una extraña luz blanca iluminaba los contornos, una luz que no podía identificar de donde surgía.
El viejo señaló dos campos y dijo al joven:
– Aquellos dos campos juntos son el tuyo y el mio. Como ves yo apenas tengo ya carne y soy puro hueso, pero mi sabiduría es grande, si tú con tu fuerza me ayudas labrando mi campo, luego yo te ayudaré enseñándote como labrar el tuyo.
Kan asintió con la cabeza pues le pareció un trato justo, además, después de todo ¿Qué más podía hacer? ¿Aburrirse eternamente?

– Unos de estos cestos contienen semillas de trigo sano y otros de cardos y espinas. Los cestos dorados y bellos contienen las semillas de trigo sano – dijo tomando un puñado – y los mugrientos cestos los de las espinas. Ese campo – continuó – es tu alma, tal y como era cuando estabas vivo. Sólo que ahora ha sido limpiada, arada de nuevo. Acompáñame para que veas como trabajan los vivos los fértiles campos de sus almas.
Kan quedó sumamente impresionado por esta última afirmación y le siguió ligeramente esperanzado.

Después de caminar en silencio por un tortuoso camino donde los guijarros se clavaban en sus pies creándole un sufrimiento inmenso, llegaron a un pequeño monte desde el que podían ver a coloridos espíritus paseando y labrando sus propios campos.
Kan, desde lo lejos, podía ver a estos seres vivos y veía que a cada lado portaban un fajo dorado y otro del color de la podredumbre. La mayoría arrojaba un puñado de dorado trigo primero y luego otro de negras semillas de zarzas.
Kan quedó enormemente impresionado por esta actitud y continuó andando con el viejo, que no pronunciaba una sola palabra. Después, llegaron a otro campo que estaba medio lleno de trigo y medio lleno de espinas. El propietario vivo, parte del tiempo estaba feliz retozando entre los dorados brotes de trigo, y la otra parte, estaba sufriendo pinchándose y sangrando al caminar entre las espinas de los cardos y las zarzas.
Sorprendido vio como el viejo tomaba un puñado de semillas de zarza y lo arrojaba hacia los campos de los vivos.
Después, sin decir una sola palabra, retornaron a sus propios campos.

– Ahora mozuelo, quiero que tomes ese podrido cesto de zarzas y lo plantes por todo mi campo – ordenó el viejo, y al ver que Kan iba a protestar, remarcó su orden con una funesta mirada.
Kan tomó el pesado fardo y fue repartiendo las pegajosas semillas por el campo del anciano. ¿Por qué haría tal cosa?

Finalmente, después de dos horas de duro trabajo, Kan acabó. Parecía que estar muerto tenía sus ventajas, el cansancio no era nada comparado con ese enorme dolor de su espíritu que parecía ser toda su existencia.

– Dime anciano – preguntó al fin Kan – ¿Por qué me has mandado plantar zarzas? ¿Deseas sufrir?
– Todo lo contrario joven – contestó sorprendentemente el saco de huesos – lo que más deseo es ser feliz y triunfar.
– ¿Pero acaso las zarzas no son sufrimiento y el trigo no es la felicidad? – Dijo sorprendido Kan – ¿Y acaso por cada semilla que siembras no recoges un ciento de lo sembrado?
– Así es – contestó el anciano.
– Entonces… – dijo el joven samurai – ¿Por qué no plantas hermoso trigo y recoges felicidad? ¡No es lógico plantar zarzas y esperar recoger trigo!
El anciano parecía turbado.

– Sí, tiene lógica lo que dices joven – dijo al fin – pero dime, yo miro a todos esos seres vivos y presupongo que serán más sabios que yo… pues ellos están vivos. ¿Tú crees que ellos quieren ser felices o que quieren sufrir?
– Estoy seguro que quieren ser felices – contestó rápidamente Kan.
– Entonces… – dijo el anciano – ¿Por qué crees que plantan zarzas junto al trigo? ¿Por qué crees que utilizan un puñado de trigo y otro de zarzas? ¿Por qué crees que son algunas veces felices y otras sufren? ¿Por qué crees que no plantan siempre Trigo para ser siempre felices?

Kan meditó durante un rato con lentitud, después de todo estaba muerto y el tiempo le era indiferente.
– Porque no son tan sabios como creen – dijo al fin totalmente seguro de si mismo – porque su orgullo por hacerles creer que son mejores les hace ser – sonrió al decirlo – IMBÉCILES!!! Si fueran inteligentes, plantarían solo trigo y serían siempre felices – después aseguró – si yo estuviera vivo, no desaprovecharía la oportunidad y sembraría siempre trigo en mi alma, para recibir siempre felicidad y ser siempre feliz.
Kan estaba a punto de prometer que siempre plantaría felicidad en su alma… cuando se dio cuenta de que ya era tarde para hacerlo porque ya había abandonado.

– Dime jovencito – Preguntó curioso el saco de huesos – si es verdad lo que me dices… ¿Por qué no plantaste ese trigo cuando estabas a tiempo? – y curioso continuó – ¿Sabes? Yo te observé durante mucho tiempo, al principio plantaste un buen puñado de trigo, un muy buen trigo que brotó y te hizo feliz. Luego vi como otros plantaban un puñado de zarzas en tu alma y como tu alma se cortaba internamente con estas zarzas. También vi como tu padre, el Samurai, arrojaba de su propio trigo en tu campo para hacerte feliz y como este prosperaba. Pero a la par vi otra cosa aún más curiosa.
«Cuando tu padre estaba cerca, tú arrojabas un puñado de trigo junto al suyo, sin embargo, cuando tu padre se alejaba a sembrar su propio campo o a luchar sus propias batallas, tu arrojabas a escondidas pequeñas semillas de zarzas sobre tu alma. Era extraño ver como disimuladamente tropezabas para que se cayeran «como por casualidad» algunas semillas de podres zarzas al principio, y luego cuando te cortabas, arrojabas con rabia otro puñado de semillas podres de zarza contra las zarzas, con lo que cada vez se hacían más fuertes en tu alma. Finalmente decidiste abandonar, arrojabas semillas de zarzas a puñados sobre toda tu alma y te sumías en el dolor, la frustración y la autocompasión. Incluso empezabas a arrojar puñados de semillas podres de zarza a otros para que ellos también sufrieran.

Kan tenía la cabeza gacha, reconocía su error, al principio había sido como un descuido de sus obligaciones, el sembrar siempre trigo de Samurai en su alma, después le había tomado el gusto y tomando cada vez menos importancia, había arrojado puñados y puñados de dolor, sufrimientos y miedo en su alma de una forma totalmente consciente.
Primero sin saberlo, después siendo consciente, había plantado las semillas de lo que causaría el fracaso, el abandono, su propia muerte y un sufrimiento eterno. Kan respiró profundo, era una de las pocas cosas que podía seguir haciendo, no sabía si realmente respiraba o si era sólo un hábito adquirido, pero lo cierto es que era relajante.

– Es cierto anciano – así lo hice – Tienes toda la razón, actué como un Imbécil y reconozco mi error.
El anciano frunció el ceño.
– ¿Reconoces tu error? ¿Qué error? – pregunto extrañado.
– Mi deber – explico – mi deber supremo como Samurai, era sembrar las semillas del trigo en mi alma, si así lo hubiera hecho, nunca habría abandonado, y justamente todo lo contrario, habría triunfado. Ese fue mi error.
– Ese, jovenzuelo, es el error de todos los seres humanos vivos, el plantar en su alma las semillas de las zarzas del sufrimiento.
– Explícamelo – dijo simplemente el exjoven samurai.
– Todos los humanos somos totalmente dueños de una sola cosa, de decidir que sembramos en nuestra alma. Sólo de eso somos dueños.
– Y sin embargo, también otros pueden plantar cosas – replicó Kan
– Eso es cierto mozuelo. – rió el viejo acordándose de como el mismo había arrojado un puñado de zarzas en el alma de un vivo – los Fantasmas del Miedo y del Fracaso, arrojamos puñados enteros de Zarzas en las almas de los vivos. También las encarnaciones de nosotros, los llamados «Ogros» realizan lo mismo, por medio de sus palabras y sus gestos, por medio de su odio, de su ira y de su rechazo siembran pequeños puñados de podres semillas de zarza en los campos de los demás hombres y mujeres.
«Sin embargo – continuó – en verdad eso es irrelevante, los campos del alma son inmensos como has visto, y un sólo puñadito no hace nada, ni siquiera diez o cien pueden conseguir nada… porque las zarzas nacen, crecen, dañan, y mueren. En cuanto una zarza ha producido daño, se muere inmediatamente, igual que cuando un trigo crecido produce una sensación de felicidad, se muere instantáneamente. Para que un campo esté bien proliferado, ha de ser continua y diariamente sembrado con aquello que cada hombre decide. El mayor problema de los hombres es que cada vez que una zarza le manca, entonces arroja con ira y odio otro puñado de semillas de zarza, sin saber que esas semillas proliferarán en cien zarzas que le harán muchísimo más daño todavía.
– Anciano – cortó curioso Kan – ¿La actitud correcta sería arrojar un puñado de trigo cada vez que hemos sentido el dolor de una zarza?
– Así es muchacho, de esa forma el dolor plantado por otros sería pasajero y nuestra felicidad iría en aumento.
Kan meditó la importancia de estas palabras… ¡Si lo hubiera sabido en vida! Hubiera sido un hombre feliz!!!

– También muchos confían en la felicidad que otros les siembran – y explicando el fantasma añadió – hay hombres muy buenos en el mundo, pocos pero los hay, hombres y mujeres que se dedican a arrojar sus propias semillas de trigo en los campos de los demás para que estos sean felices. Son especialmente sabios y se dedican a sembrar una gran cantidad de trigo en sus propios campos, pero siempre guardan una gran parte de su propio trigo y lo arrojan en los campos de los demás, aún cuando esas mismas personas les estén arrojando zarzas. Porque eso no les preocupa, saben que ellos son dueños de su propia felicidad y lo que les arrojen los demás les es indiferentes. Aunque también les hace enormemente felices cuando los demás les arrojan parte de su trigo.
«Los hombres que así actúan, pronto aprenden que cuando el campo entero está dedicado al cultivo del trigo, entonces es posible cosechar trigo, cosecharlo en un ciento por cada puñado sembrado, y guardan para si mismos sólo una parte de cada cien, lo suficiente para poder seguir cultivando, y arrojan a los campos de los demás la casi totalidad de su cosecha de felicidad sólo para ayudar a que los demás sean tan felices como ellos. Estos hombres son enseguida reconocidos como hombres totalmente especiales y son llamados «Samurais», amados y queridos por millares de personas.

Kan meditó durante unos momentos como reconocía la actuación de su propio padre en esa descripción, como le levantaba la moral con sus palabras, como plantaba una y otra vez el dorado trigo de la felicidad en su alma.

– Luego hay muchos estúpidos – dijo el anciano – que como yo siembran zarzas podres en sus propias almas. Estos ilusos desean recoger trigo, es lo que más desean en la vida, ser felices y alcanzar el éxito. Y son tan sumamente idiotas que creen que plantando preocupaciones, ira, odio, críticas, inseguridades, miedo, pensando en que pueden fracasar, en cómo o por qué podrán fracasar o podrán ocurrirles desgracias… son tan sumamente imbéciles que creen que sembrando esas podres semillas de zarzas… podrán recoger trigo alguna vez.
«El problema está en que la zarza crece rápida y fácilmente, el trigo hay que cuidarlo y cultivarlo con delicadeza. Así que dado que algo tienen que plantar, siembran lo que están seguros de que crecerá fácilmente, su propio fracaso y sufrimiento… y en casos extremos la enfermedad más terrible acompañada de dolor y una muerte miserable. Quizás el problema es que nadie les ha dicho que si siguen sembrando zarzas, acabarán por matarse de sufrimiento.

Kan reconoció que el viejo tenía toda la razón.

– Otros, también imbéciles – continuó el anciano saco de huesos – plantan en sus tierras un puñado del dorado trigo de la felicidad… y otro de podres zarzas del sufrimiento y de la muerte. Estos imbéciles lo hacen por puro miedo, desean la felicidad y el éxito, por lo que de vez en cuando son felices y hacen lo que tienen que hacer, pero sus miedos a que esta no se cumpla, el miedo a que su cosecha no de nada, les hacen arrepentirse de sus actos, abandonar o hablar y pensar mal, negativamente, de lo que están haciendo, frenando su éxito y causando su fracaso y su sufrimiento. Naturalmente los que hacen esto, luego siempre suelen tender a culpar a otros de su fracaso.

– Sólo quienes son lo suficientemente inteligentes – Esta vez fue Kan quien continuó – y plantan siempre el dorado trigo en su alma con constancia, siembran amor, bondad, generosidad, esperanza, Fe, comprensión, felicidad… sólo ellos son los que llegan a ser realmente felices y alcanzan el éxito total. Sólo los que son tan Valerosos como para hacer lo que no hace la mayoría, son felices. Esto les es difícil de hacer pues temen que sean los Imbéciles los que están en razón, perdón, la mayoría que planta sufrimiento en su alma cuando desean en verdad felicidad… cuando están equivocados. ¡Pero que difícil resulta para una persona el hacer lo que tiene que hacer! ¡Qué difícil resulta el plantar sólo trigo! Es tan sumamente difícil que sólo hay que meter la mano en un bolsillo en vez de en otro, es tan sumamente difícil que sólo hay que atajar de raíz todos los pensamientos negativos o de odio, temor o ira y cortarlos en el mismo momento en que surgen para reemplazarlos por un puñado más de pensamientos y sentimientos de amor, bondad y generosidad que nos conduzcan al éxito y la felicidad que deseamos.
– Así es muchacho – verificó el fantasma de piel y huesos – en realidad si los vivos supieran esto, nosotros los Fantasmas del Miedo y del Fracaso nos quedaríamos sin trabajo, los Ogros desaparecerían pues no son más que hombres sumamente desangrados por sus propias zarzas, las que ellos mismos plantaron como pensamientos de desconfianza, ira y odio contra otros. Si los humanos vivos supiera esto y lo aplicasen en sus vidas eliminando todos los pensamientos negativos de sus mentes, dejando morir a las zarzas, arrancándolas de raíz y sustituyéndolas por semillas del dorado trigo del amor, la esperanza y la generosidad… entonces serían felices. Y nosotros también, porque no existiríamos.

Kan meditó durante mucho tiempo estas palabras ¡Cómo habría deseado estar vivo para poder contarlo a los cuatro vientos!

– ¿No es posible que algún humano aprenda esto por si mismo y se lo comunique a los demás? – Preguntó Kan
– No – dijo el anciano – nadie que no se muera puede acceder a esta dimensión y aprender esto que te estoy enseñando. Algunos lo siguen por instinto, pero no pueden explicarlo con palabras a los demás. Inclusive muchos lo han descubierto a lo largo de la humanidad, grandes sabios que lo han proclamado a los cuatro vientos. Pero al faltarles la exactitud de cómo explicarlo, no han logrado todo lo que deseaban. Sólo uno que estuviese muerto y renaciera, tendría el poder de comunicar con total claridad esto que te he enseñado. ¿Y puede existir alguien con la capacidad de renacer de la propia muerte?

Continuará… (mañana)

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