El Sembrador (Metafísica)

Las Negras Nubes se esparcían caóticamente por el horizonte. El viento húmedo no traía buenos presagios y hasta un extraño aroma parecía calar en los tristes pensamientos de Kan. El pobre se debatía desolado por vientos mucho peores que el gélido y húmedo viento de su exterior. Su espíritu estaba viviendo un verdadero huracán de emociones encontradas.

Hacía exactamente un mes que había ingresado como Aprendiz Samurai. Él, que era el hijo del más poderoso de los Samurais, el mismo General de Generales, había creído que el ascenso sería fácil. Sin embargo, el día a día le había ido venciendo poco a poco.

Una curiosa metamorfosis de había desarrollado en su interior. El primer día, justo después de entrar a formar parte del Equipo de los Samurais, se había sentido pletórico, cargado de energía y dispuesto a comerse el mundo, pero esta energía había descendido día a día, había menguado primero haciendo que sus aspiraciones se fueran reduciendo y, finalmente, haciéndole pensar que quizás él, Kan, quizás no era lo suficientemente bueno para ser un Samurai. Quizás quedase como Aprendiz o Caballero durante toda su vida, o quizás abandonase el ejército y probara otra profesión, aún a riesgo de defraudar a su padre, pero lo cierto es que él ya no se veía con fuerzas para continuar. Una gran sensación de desánimo se había adueñado de él y ya apenas recordaba como la vana ilusión de un niño aquella pletórica energía que había sentido cuando su padre le entregó su maravillosa katana.

El Joven y desilusionado aprendiz bajó los ojos hacia su hermosa espada katana, aquella que había sido el máximo exponente de su Orgullo ahora, irónicamente, se había convertido en el exponente de su vergüenza.

Sólo unos pocos días después de haberse hecho aprendiz había corrido a ver a sus antiguos amigos, totalmente pletórico les había enseñado su trofeo «Katana» que construía su magnifico orgullo. Esperaba haber sido felicitado por haber conseguido llegar a ser aprendiz, pero en vez de ello había recibido una dura burla y sátira que le habían herido en lo más hondo. «¿Y qué si eres aprendiz? Hasta que no seas Samurai no eres nada» Habían dicho algunos. «Ten cuidado, no juegues con esa espada o te cortarás por imbécil» habían dicho otros. «¿De verdad que te has ganado esa espada? Yo creo que la has robado, mejor será que la devuelvas a su verdadero dueño antes que lo descubra y te de una paliza. Los Samurais son señores muy especiales ¿Quién te crees que eres? Eres sólo un niño vulgar, no digas mentiras, sólo serás un mimado toda tu vida. Nunca serás un Samurai, para eso hace falta ser muy especial, y tú no lo eres». «¿Samurai tú? JA!»

El corazón de Kan le dolía profundamente, estaba allí, encima de ese enorme risco mirando al mar agitado sin verlo. ¡Le había dolido tanto!

Al principio no lo había querido reconocer, pero ese dolor se había almacenado en lo más profundo de su alma, poco a poco había alimentado una creciente inseguridad. Cada vez que alguien le decía que no quería ser un Aprendiz de Kan porque sólo era un niño, el joven samurai había recordado las terribles palabras de sus amigos y la duda había crecido poco a poco enraizándose en su alma. ¿Y si tenían razón? ¿Y si eran más sabios que él o si sabían algo que él no sabía?. Quizás era demasiado joven y por eso la gente no le tomaba en serio, o quizás era cierto que era sólo un niño mimado y lo había visto todo demasiado fácil. Quizás era cierto que la vida es demasiado dura… y no merecía la pena vivirla.

Las lágrimas de Kan recorrían toda su cara, la prueba había sido demasiado dura para un niño de su edad y el ya no podía más con aquella carga. ¿Qué hacer? No podía reconocer ante su padre que había fracasado, no podía abandonar sin una salida honrosa o se reirían de él durante toda su vida. ¿Qué salida honrosa le quedaría? ¿Cuál sería la última medida que habría de tomar?

En ese momento su mano sintió el, en otro tiempo, seguro tacto de su Katana. Quizás aquella arma podría ser su salvación, quizás podría tomar la salida que otros guerreros habían tomado antes que él cuando todo se había perdido, quizás ya no merecía más la pena luchar y debería abandonar este mundo dejándolo el honor de haberse sabido rendir a tiempo.

Kan había visto este ritual en antiguos dibujos, sería enormemente doloroso cortarse su propio estómago y dejarse morir pero… ¿Qué otra opción quedaba si no había sido capaz de triunfar y sólo le quedaba la humillación de la derrota?

Lo último que Kan sintió fue el frío acero de su Katana en su estómago, un ciego dolor en su corazón y las lágrimas inundando los ojos antes que el último hálito de vida abandonase su cuerpo, cegando su vista y sus sentidos.

El viejo labrador miro con tristeza a sus pies, allí estaba ese joven desconocido que había visto desde el pie del acantilado arrodillado y con aquella espada entre sus manos. Sólo era apenas un niño y había decidido quitarse la vida. ¿Qué malignas fuerzas podrían provocar tal cosa? ¿Qué extraño impulso humano podría causar que tantos se rindiesen cuando apenas habían empezado a luchar?

Tales preguntas cruzaron por la mente del anciano mientras se limpiaba la sangre con que se había manchado la camisa al agarrar el cuerpo del muchacho para llevarlo al cementerio de sus tierras.

El lugar era siniestro y bello al mismo tiempo, las lápidas de otros muertos hace mucho plagaban el lugar concediéndole una santidad inigualable. Una luz blanca y clara cruzaba por todo el lugar, y bellas figuras, blancas, de gran porte, parecían disfrutar entre aquel lugar.

Un gélido frío golpeaba el espíritu de Kan, este se miro a si mismo, su «cuerpo» estaba blanco como la más pura leche y un extraño aroma a podredumbre le cubría. Había despertado sentado sobre un blanco sofá de mármol, y a su lado había un cuerpo igual de blanco que el suyo, sólo que este era sólo huesos apenas cubierto de un poco de carne entre la que se veían unas cuerdas que parecían imitar toscamente a unos músculos.

Sorprendido vio que ese ser poseía una sonriente y espantosa boca llena de dispares dientes y unos ojos hundidos en lo más profundo de sus cuencas.

– ¿Estoy muerto? – Preguntó al fin después de intentar tragar saliva y sorprenderse al ver que su boca estaba tan seca como una piedra, de una forma totalmente antinatural.
– ¿Es necesario que te responda o es que eres estúpido? – Espeto el saco de huesos.
– No, veo que estoy muerto, pero lo imaginaba de otra forma – dudo unos instantes – quizás un lugar más feliz, o quizás un sueño eterno.
– Jajaja!!! – Rió irónicamente la figura – eso imbécil es para los seres felices que mueren por causas naturales, no para los idiotas que se rinden y toman la salida fácil.

Kan no contestó nada a este insulto, sentía que era verdad. Hubiera querido llorar, pero sus ojos estaban secos como el mármol y nada salía de ellos. Finalmente un inmenso grito de dolor surgió de su garganta, un triste llanto que resonó como surgido de las entrañas de la tierra.

– ¿Qué te indujo a tomar esa decisión a tu tierna edad? – Preguntó después de casi una hora de silencio el fantasma de huesos. – Ya que nos ha tocado pasar la eternidad juntos, al menos podremos hablar un poco.
Kan le miró extrañado, ¿qué le importaba a él?, aunque en el fondo necesitaba hablar con alguien.
– Fracase en mi misión en la vida. – dijo sencillamente.
El viejo saco de huesos rió estrepitosamente, su risa era como una cuchilla que cortaba uno a uno los hilos del espíritu de Kan. El joven, enloquecido, se llevó las manos a sus oídos, pero la risa seguía estando ahí, la sentía con toda su alma.
– Imbécil, – espeto el fantasma – ¿Habías fracasado siendo sólo un niño? ¡Anda! ¡Di la Verdad! ¡Te rendiste como un Cobarde y tomaste la salida fácil!
Kan sostuvo la gélida mirada del saco de huesos con odio… al principio, luego bajo la mirada y reconoció.
– Sí… – y excusándose añadió – no tenía otra salida.
– ¿No tenías otra Salida? – La horrible risa brotó de nuevo – ¡¡¡IMBÉCIL!!! ¡¡¡COBARDE!!! Siempre hay una salida! Pero no tuviste el VALOR y la CONSTANCIA para tomarla, así que optaste por la solución más fácil, rendirte y dejar de luchar.
Kan asintió, sabía que era verdad.
– Pero dime, de que te rendiste exactamente tú???
El espíritu de kan ya se había doblegado completamente y habló como si nada le importase… cosa que así era.
– Yo era un Joven y Prometedor Aprendiz de Samurai – dijo recordando su época de vivo – mi padre era el señor más poderoso del imperio, y yo su mayor promesa y esperanza. Un buen día me concedió el mayor de los dones, me dio una maravillosa espada Katana, una espada de aprendiz – Kan abría dado todo lo que tenía por poder tener unos ojos vivos con los que llorar, pero no tenía nada que dar y ni aún pudo tener ese alivio – Ese fue el día más feliz de mi vida. Tenía toda la vida por delante y un gran Futuro pero…
– Pero ¿,qué? muchacho – urgió el siempre cortante saco de huesos con forma de viejo.
– … pero mis ilusiones fueron destruidas – Kan cerró los ojos para continuar, quizás no pudiera llorar pero si podía dejar de ver ese espantoso lugar – Ya mi primer día mi padre me advirtió que mis mayores enemigos serían los Ladrones de Sueños, los fantasmas del miedo y del fracaso…
Una cortante, áspera y dolorosa risa corto su narración – ¡¡¡IMBÉCIL!!! FUISTE ADVERTIDO Y FINALMENTE HAS ACABADO EN LOS TERRITORIOS DE LOS FANTASMAS DEL FRACASO ¡¡¡NO VALES PARA NADA!!! Hoy sólo eres un Fantasma del Fracaso más.

¡Como habría deseado poder tragar saliva! O simplemente sentir miedo, pero ya sólo el dolor era el poseedor del alma del antiguo joven samurai. Un dolor profundo y frío como la noche, no mucho más aún.

Kan decidió continuar su historia, al menos se la contaría a si mismo. Para su sorpresa, cuando volvió a hablar, las risas se callaron automáticamente.
– Sí, mi padre me había advertido, y ese mismo día me llené de energía y decisión, de ilusión y entusiasmo, y caminé fuerte para luchar.
– Veo que no lo bastante – contestó ridiculizando el horrible viejo
– Cierto saco de huesos, no lo bastante – rió esta vez Kan – Después de aquel día yo empecé a trabajar, empecé a transformarme como un Samurai. Mi padre me había avisado que eso sería un trabajo de muchos años, sin embargo yo, internamente me fijé una fecha, mi orgullo me dictaminó que para conseguir lo que otros necesitan años, o un mínimo de un año, yo lo conseguiría en un mes. Porque yo era especial, yo era el hijo de Kazo, tenía la sangre y la carne del mejor de los Samurais y para mi sería todo mucho más sencillo.
– Eso sí que es una imbecilidad – dijo el viejo, aunque esta vez de una forma casi comprensiva – pero no fuiste tú quien plantó esa idea en tu cabeza, fue un fantasma del miedo y del fracaso, el fantasma del orgullo que nos destierra de la manera más sutil al fracaso total, al hacernos creer que como somos especiales conseguiremos en unos días lo que los demás necesitan años de dedicación y trabajo. – Esta vez el apenado parecía el pobre saco de huesos.
– Cuando pasó el mes – continuó Kan lleno de dolor – resultó que yo no era un Samurai cualificado.
– Normal – replicó el anciano – para eso se necesita haber aprendido mucho y una gran experiencia, fue tu orgullo lo que te mató.
– Sí, – respondió Kan – parece una obviedad y es que es así como fue, fue mi orgullo y mi… avaricia por querer ser el mejor rápidamente lo que acabó conmigo.
– Bueno ex mozuelo – dijo riéndose el saco de huesos – la avaricia, el orgullo, el querer ganar más y más rápido sin seguir su orden natural, el pensar que la vida tiene que darle a uno lo que no se merece cuando no se merece y cuando no lo consigue rápidamente abandonar, es lo que define a los cobardes, a los chaqueteros que van de un lado a otro sin pasar más que unos pocos días o meses en un mismo lugar. Son los traidores que cambian de bando continuamente con tal de intentar conseguir rápidamente lo que desean. Son seres horribles y despreciables que nunca consiguen lo que quieren y que siempre se enfadan, se frustran y fracasan.
– ¡Pero yo no era así! – Replico Kan
La voz se rió esta vez más fuerte que nunca, su horrible sonido rompió los hilos del espíritu de Kan haciéndole sufrir el mayor de los dolores.
– No hables tan alto jovencito!!! – Rió el viejo sarcásticamente – no me digas tan rápido como no eras que no me dejas ver tus obras!!! – Y después de mirarle fijamente dijo – Todos somos así jovencito, esa asquerosa cualidad de querer recibir sin dar, de querer tener ya sin merecerlo, esa porquería esta presente en el alma de todos y cada uno de los mortales, y han de limpiarla muy bien antes de poder decir que no son así… y al fin y al cabo, tú abandonaste ¿No es así? ¿Acaso no fracasaste, moriste y estás aquí conmigo? Si en verdad no hubieras sido así, entonces no estarías aquí.
– Tienes razón saco de huesos – dijo al fin el joven – yo no era así cuando empecé, pero si cuando finalicé fracasando y abandonando. Me convertí en un ser despreciable y al fin acabé aquí. – Después de pensar un poco añadió – Lo que pasó es que me hicieron así.
La risa volvio a romper sus tímpanos, esta vez era, si puede ser, más desagradable, rastrera y dañina que las anteriores veces.
– SERÁS CÍNICO IMBÉCIL!!! Nunca nadie te hará de otra manera que no sea la que tú quieras. SI DE ALGO ES LIBRE TODA PERSONA, ES DE DECIDIR COMO PENSAR Y COMO SENTIR.

Kan reconoció la verdad, había abandonado presa de una frustración temporal, de una muy profunda que le había hecho sentirse muy muy mal. Sus temores habían crecido, se había entregado a los Fantasmas del Miedo y del Fracaso, les había escuchado y eso le había conducido al peor de los sufrimientos… aún sabiendo que podía ocurrir, se había entregado a ellos.

Continuará… (mañana)

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