El Sembrador (Metafísica) 3ª Parte

Kan no tenía la respuesta a esta pregunta, pero si tenía otra pregunta.

– ¿Alguna vez alguien ha renacido? – después de dudar un momento aclaro – No es eso lo que me importa, lo que quiero saber es si alguna vez ha existido un período en el que las personas siguieran estos consejos, plantaran sólo trigo, felicidad, en sus almas y fueran todos realmente felices.
El viejo fantasma de huesos dudo un rato antes de contestar.

– No es bueno que un Fantasma piense en esas cosas, pero sí, en verdad ha existido ese período que me preguntas. De hecho han sido varios los períodos. Se han sucedido una y otra vez como ciclos de una rueda, ha pasado… y durante miles de años, sin embargo muchos lo consideran sólo leyendas debido a que sienten pura envidia. Como comprenderás uno que está agonizando en las zarzas que el mismo ha plantado no quiere reconocer que si hubiera plantado trigo, sería feliz. Y si no quiere reconocer eso, mucho menos querrá reconocer que otros muchos fueron felices. Sin embargo si han existido muchas eras en las que la humanidad ha sido totalmente feliz, eras que ya están casi en el olvido… y otras que vendrán. De hecho, predigo que no está muy lejos una era semejante.

Kan se sentó a meditar sobre lo que había escuchado, era algo sumamente importante, el propio destino, la felicidad, el sentido de la propia vida se reflejaba en lo que había aprendido. Casi agradeció el haber muerto para poder escuchar lo aprendido. ¡Si sólo estuviera Vivo para poder aplicarlo! ¡Sembraría siempre dorado trigo en su alma! ¡Sólo pensaría en Felicidad, Amor y Bondad! Y comunicaría lo aprendido a millones de personas para difundir la nueva era de felicidad.

– Tu campo – dijo el saco de huesos – debes sembrarlo – añadió tendiéndole un asqueroso cesto repleto de zarzas.
– ¿Por qué me das ese cesto? – Pregunto Kan
– Porque eres un Fantasma del Miedo y el Fracaso, un Fantasma de lo que podías haber llegado ha ser… exactamente igual que yo. Y nuestro deber es sembrar y cultivar las zarzas para sufrir durante toda la eternidad. – y haciendo una mueca de dolor añadió – esa es la triste realidad.
– Sólo eres un fantasma del miedo y del fracaso que intenta arrastrarme hacia el sufrimiento – dijo Kan, a lo cual el fantasma sonrió y afirmó con la cabeza afirmando la obviedad.

Kan rechazó el cesto que le tendía. No cometería el mismo fallo dos veces.
Ante la estupefacción del fantasma, el joven tomó un dorado cesto de trigo, el cual parecía arder entre sus manos… no, eran sus manos las que ardían al contacto del cesto.

– Esa es una razón más por la que no tocamos el trigo mozuelo – dijo el saco de huesos – somos propiedad de las zarzas, el trigo nos corroe como el ácido corroería nuestros cuerpos vivos. Si estuvieras vivo podrías, pero una vez ya muerto… no hay oportunidad.
– ¿Y que va ha pasarme? – Rió el joven extrañamente jovial – ¿Acaso voy a morirme?

Y riendo corrió hacia su campo con ese enorme cesto de trigo que le corroía como fuego ácido su ser.
Y con grandes puñados esparció trigo y más trigo sobre su campo, sus manos le dolían y le quemaban pero continuaba sembrando y sembrando, aún cuando no sintiera ninguna diferencia. Dos horas después, dos horas de dolor en sus manos y una extraña felicidad, acabó, miró su campo y esté seguía yermo.
Una sutil desesperanza empezó a surgir en su corazón, y al mirar vio como el anciano saco de huesos estaba arrojando un puñado de zarzas podridas.

Su primer reacción habría sido el arrojar otro puñado de zarzas contra el campo del anciano para que sufriera su propia medicina… pero cambió de idea y tomando el cesto de trigo arrojó, no un puñado, sino kilos y kilos de trigo en el campo del anciano, el cual no sabía que hacer pues se había quedado paralizado.
Cuando acabó el cesto, tomó otro e hizo lo mismo en su campo, plantando tanto trigo que al final el campo quedó repleto de una enorme capa de trigo que quemaba a Kan al contacto con su piel.

El dolor era inmenso… y al final, perdió el conocimiento, feliz de haber reparado su error… aunque ya fuera cuando era demasiado tarde.

Un Estruendo, parecido a un poderoso Trueno, despertó violentamente al Joven Kan. Lo primero que vieron sus ojos fue un techo formado por esqueletos danzando.
Sus ojos se adaptaron un poco más y pudo distinguir una oscura cúpula con relieves tallados de esqueletos y calaveras. Estaba acostado sobre una especie de altar, a su derecha una cara familiar le despertó una sonrisa. Era el viejo saco de huesos, sólo que totalmente vestido y un poco más… ¡vivo!
Kan se levantó de un salto, se miró de arriba a abajo y sí! Una oleada de Entusiasmo le invadió.
-¡¡¡¡Estoy Vivo!!!! – Gritó a los cuatro vientos mientras las lágrimas de la más absoluta felicidad recorrían su cara. – ¡Es todo tan hermoso! El cielo del exterior, el aire, el dorado de mis manos, ese resecor de mi boca… ¡¡¡Incluso este inmenso dolor de cabeza!!! ¡¡¡Porque estoy vivo!!!
– Eso si que son ganas de vivir – dijo el viejo sonriendo – ¿Qué te ha cambiado tanto?

Kan le miró atentamente e impulsado por su instinto le dio un fuerte y largo abrazo al viejo a la par que le decía «Me parece que serás tú quien tendrá que explicármelo»

Cinco minutos después la extraña pareja estaba situada en el exterior del templo. El anciano le había contado que él era un clérigo de la muerte, que esta mañana había visto llorando, desesperado, al joven Kan en el precipicio y temeroso de que hiciera alguna idiotez le había asestado una pedrada en la nuca con su onda. Por desgracia el tiro había sido demasiado certero y casi había matado al joven, cuando le tomó para llevarlo a su altar e intentar curarle, la sangre que brotaba de la cabeza del joven había ensuciado su mejor camisa.

Después las horas habían pasado y el anciano habría jurado que el joven estaba totalmente muerto, no era capaz de encontrar el pulso ni la respiración en su cuerpo, pero había sentido un enraizado y básico deseo de vivir que había evitado que su espíritu se hubiera separado totalmente de su cuerpo. Así que se había limitado a esperar a ver que era lo que ocurría.

– Y así fue todo más o menos – acabó de explicar el viejo – Como ves soy un anciano dedicado a un culto ya casi extinto, hace muchas décadas que soy el único adorador de mi culto.
– ¿En que consistía? – preguntó curioso Kan
– Era una adoración antinatural a la muerte y al sufrimiento. – explicó el anciano – unos cuantos seres desgraciados decidieron adorar al propio sufrimiento esperando que eso les aportase alguna ventaja egoísta.
– ¿Y que consiguieron?
– Bueno, a parte de vivir en la más absoluta de las desgracias y los sufrimientos, consiguieron llegar a separar el espíritu, la esperanza, de nuestros cuerpos, de tal forma que llegamos a ser una especie de podredumbre viva. – El viejo hablaba como si todo aquello hubiese sido una locura sin sentido – Siempre enfermos, no acabamos de alcanzar el descanso de la muerte (pues eso hubiera sido un alivio) hasta que conseguimos separar nuestros espíritus de nuestros cuerpos para conseguir que estos sufrieran por separado. – el viejo recapacitó un momento al ver que el joven no acababa de entender – verás mozuelo, cuando un hombre pasa su vida preocupándose, viendo todo lo negativo, sufriendo e instando a los demás a que hagan lo mismo, a que se preocupen y sufran, se convierte en un Ogro, una persona que siembra el descontento y la infelicidad en si mismo y en los demás, condenándose al fracaso, la enfermedad y la muerte. Todos podemos ser Ogros, es una capacidad latente en todo ser humano. Todos podemos escoger entre la luz y la oscuridad, entre la felicidad y el sufrimiento, el camino sólo depende de nosotros.

«De nuestras decisiones y nuestras acciones. Si nos preocupamos, sufrimos, dejamos que nuestros miedos florezcan y los compartimos con los demás haciéndoles sufrir, aún cuando sea inocentemente… entonces somos Ogros y aún cuando aseveremos que somos positivos y que somos seres de la luz, estamos del lado de la Oscuridad… Sin embargo, si nunca un pensamiento negativo surge de nuestra boca, si nunca desanimamos a nadie, si siempre somos positivos y vemos la semilla que está plantada en cada desgracia, la que guarda una oportunidad aún mayor que la desgracia que estamos viviendo… y si siempre elegimos controlar nuestros pensamientos para que sean felices, positivos y productivos, entonces somos seres de la luz. Muchos empiezan siendo seres de luz, pero se rinden a las circunstancias irrelevantes y se hacen seres de la oscuridad aún sin saberlo, se inundan de inseguridad, miedos, ira y odio. Dejan de pensar positivamente y pasan a tener miedos, a acumular rencor y reaccionar con ira y sufrimiento. Pretenden, sin saberlo, dar pena para que otros hagan las cosas por ellos o les den regalos, en realidad lo que están haciendo es causarse daño a si mismos, a sus mentes y a sus cuerpos, y a los demás que sufren por verlos, metiéndose cada vez más en el pozo de los sufrimientos, la enfermedad y la muerte, donde finalmente acaban siendo atrapados. Todo por su propia voluntad y sus propios actos. Aunque naturalmente, nunca encontrarás a un Ogro que lo reconozca, siempre le verás bajando el pozo a la par que exclama que él es un ser positivo de la luz… aún cuando la verdad es que se está hundiendo cada vez más en las inseguridades, la duda, la ira, el odio y el sufrimiento. Lo que le acaba aportando sufrimiento y fracaso.

Kan meditó durante unos momentos la enorme sabiduría y verdad contenida en estas palabras, incluso las repasó mentalmente para evitar tropezar en un futuro en la misma piedra.

– Pues bien amiguito – continuó el viejo – unos cuantos Ogros nos reunimos y creamos este culto a la muerte y al sufrimiento, nos reconocimos como verdaderos Ogros y empezamos a infundir el sufrimiento en nosotros y en los demás de forma deliberada, creyendo que eso nos daría la felicidad. Estábamos equivocados pues aunque la ira y la venganza dan, en un principio, una gran satisfacción, la del Orgullo que te sabe a ser superior, con el tiempo cada vez estábamos más hundidos, hasta que al final logramos que nuestras almas se convirtieran en verdaderos Fantasmas del Miedo y del Fracaso. A la par que nuestros cuerpos se convertían en sacos de huesos, como de muertos que caminaban con una falsa vida.
Kan se estremeció ante estas palabras pues aquellos hombres habían sido todo lo contrario al ideal de un Samurai.

– ¿Y por qué me salvaste? – preguntó inocentemente Kan
– No creas que fue por piedad – dijo el anciano saco de huesos – mi intención era traerte a mi altar vivo, entonces humillarte por el acto que ibas a realizar, hacerte sufrir hasta lo indescriptible y luego convertirte en mi aprendiz y sucesor pues yo ya estoy viejo y soy el último de los míos… – su voz acalló de forma súbita.
– ¿Y por qué no lo has hecho? – contestó el joven cauteloso – ¿Por qué en vez de hacer eso, me has sacado del templo traído a este descampado y me estás abriendo tu corazón?
– Bueno… – dijo el anciano – un poco antes de que despertaras sentí un cambio en mi interior, una felicidad… un calor… que jamás había sentido desde mi infancia, yo… – dudó el viejo – he cambiado – dijo al fin mirando sinceramente los ojos del joven – y creo que te lo debo a ti.

Kan asintió con la cabeza, recordaba perfectamente su vivencia, no sabía ni comprendía como había sido posible… o por qué, pero le desveló palabra por palabra toda su experiencia. Mientras lo hacía hubo más de un momento en el que lloró, unas veces de felicidad por estar vivo, otras de tristeza… no sabía por qué, pero algo dentro de él le dijo que era por aquel último puñado de zarzas que había arrojado el anciano en su alma. Sabiendo que una vez que el sufrimiento pasara, lo haría para siempre, en vez de resistirse o enfadarse, dejó que las lágrimas cubrieran su cara y se sintió maravillosamente renovado y feliz cuando terminó.

– Ahora comprendo – dijo el anciano – hay una gran sabiduría en lo que me acabas de contar, una Ley de Felicidad y Éxito que siempre he intuido y se que todo aquel que realmente la siga, sembrando a cada hora pensamientos de felicidad y éxito en su mente, alcanzará todo aquello bondadoso y bueno que desee, sin excepciones, en su totalidad.
– Así es – confirmó Kan – El gran problema de la humanidad, del fracaso, del no conseguir algo. Reside en la falta de responsabilidad que demuestran todas las personas para con su alma. Deberían alimentar sus sentimientos con semillas positivas como Amor, bondad, generosidad, seguridad y Fe. De hacerlo así, simplemente conseguirían todo lo que deseasen. De hecho, toda persona que actúa así, siempre consigue lo que desea.
– En cambio – completó el anciano solemnemente – la irresponsabilidad que demuestran reside en alimentar los pensamientos negativos, en rendirse, en dejar que la inseguridad penetre en sus almas, en dejar que esa inseguridad fructere como miedo, ira, odio y les genere el mayor de los sufrimientos. Simplemente habría que pedir a una persona normal que analizase sus sentimientos de una forma sincera y abierta ¿Qué encontrarías en ellos? Seguramente una gran abundancia de sombras obscuras, la convivencia con un gran número de miedos habituales, una serie de iras reprimidas, reproches y sobre todo, faltas de Fe. Unas faltas, y unos sentimientos que le hacen sentir mal, sentirse impotente, fracasado, inseguro, con miedo… que le causan reacciones de enfado e ira. Que le hacen Fracasar, enfermarse y morir.

«¿Alguna vez has visitado un centro médico joven Kan? – el joven negó con la cabeza – Yo lo he hecho muchas veces, he hablado con sus miembros y siempre he encontrado un nexo común entre todos los enfermos. Preocupaciones, temores, miedos, odio e ira. En cambio las personas sanas siempre poseen una gran Fe, una Fe inquebrantable y tranquila, porque saben que en su camino habrá dificultades, algunas incluso inmensas, pero no pierden el sentido de la realidad y saben que el sufrimiento o la mala suerte nunca durará para siempre y que acabarán triunfando. ¿Y sabes lo más curioso?
– Que siempre acaban triunfando – afirmó el joven con la cabeza al reconocer en estas últimas palabras la vida de su padre y la de los otros verdaderos Samurais.
– Anciano – dijo Kan después de meditar unos momentos sobre lo hablado – Quiero darte las Gracias. Porque me has enseñado lo que es Realmente el Camino del Samurai. Yo, aún con mi instrucción y el apoyo de mi padre el General de Generales, había abandonado este camino, momentáneamente, introduciéndome en el bosque del miedo y la desesperación. No sé que es lo que he vivido, tampoco me importa, lo que me queda es lo importante, este sentimiento de que sé que yo soy el único que domina mi vida. Por esto quiero darte las Gracias, porque me has devuelto la alegría de vivir, me has dado el medio de decidir mi destino, de saber controlar mis emociones, mis sentimientos y poder alcanzar todo aquello que deseo… simplemente sembrando siempre trigo de Felicidad en mi alma!

Continuará… (Mañana)

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